(Por favor lean este pasaje antes)
Mis hermanos y hermanas,
Para nosotros, no tenemos con nadie otro mandato que la del amor mutuo: necesitamos amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos. En esta carta a los romanos, San Pablo les escribió tanto a los judíos como a los gentiles. Los israelitas son y siempre serán un pueblo elegidos por Dios y los gentiles ahora son iguales que los israelitas. Todos somos iguales, somos uno.
Hay único Señor, hay único Cristo, hay único Dios y todos los pueblos somos uno para este Dios.
Para nosotros, no hay demócratas y republicanos, no hay amigos y enemigos, no hay liberales y conservadores: somos uno en este un Dios. ¿Por qué hay enemistades entre los políticos, entre los ciudadanos y los extranjeros, entre los amos y los trabajadores, entre los partidos y los del otro partido? Hay un mandato, que debemos cumplir amar a todos los demás.
No hay distinciones entre judíos y no judíos, entre esclavos y libres, entre varón y mujer, entre demócratas y republicanos, entre ciudadanos y no ciudadanos, entre mí y ustedes, porque todos somos uno en Cristo Jesús.
El mandado del que San Pablo escribió es universal e inclusivo, es para todos nosotros. No se permite excluir a nadie: debemos amar a todos.
El bautismo y los dones espirituales y materiales que recibimos de Dios son regalos de Dios, y nosotros no los hemos merecido. El perdón de nuestros pecados es de la misericordia de Dios, no de nuestros méritos. Todo es regalo; nada es mérito.
Los demócratas pueden ser católicos fieles y los republicanos también pueden ser católicos fieles. Nosotros, los demócratas y los republicanos podemos cenar juntos y compartir la misma eucaristía y la misma ciudadanía. Hay un mandato, amarnos a los unos a los demás como a nosotros mismos.