Por favor, lean este pasaje antes de la homilía.
Hermanas y Hermanos,
El letrero en el baño del restaurante dice, “Los empleados tienen que lavarse las manos después de usar el baño.” Sabemos que necesitar lavarnos las manos antes de comer y bañarnos cada día o cada semana. Muchos pueblos tienen muchas reglas sobre la limpieza, la cortesía o la gramática. Sin estas reglas no podemos vivir bien con otras personas.
Lo mismo sucedía en el tiempo de Jesús. Entonces, como ahora, existía la tentación de prestar más atención a las apariencias que a la sinceridad de las acciones de los demás.
De nuestro corazón sale la sinceridad de nuestro amor, de nuestra virtud, y de nuestras acciones que agradan a los demás. De corazón tenemos amor a la familia, a la patria, y a nuestro Dios.
En emergencias, una camiseta sucia puede tener la hemorragia. En situaciones de vida o muerte, cuando necesitamos un hospital, podemos usar lo que tengamos a mano.
Lo que sale del corazón es más importante. Del corazón del hombre salen las buenas y las malas intenciones. Las intenciones malas manchan al hombre. Las intenciones buenas glorifican al hombre. Jesús quiere misericordia, y no sacrificios. Nuestro sacrificio, nuestra señal de devoción a Dios, y la forma en que expresamos nuestra unión con Dios y nuestro amor por Dios se muestra en la forma en que tratamos a los demás en nuestras vidas.
Deberíamos celebrar la misa todos los domingos, pero si es más importante proteger a los débiles, apoyar a los ancianos, alimentar a los hambrientos, dar tiempo y recurso a los necesitados y respetar a los demás en todo momento. A través de estas acciones que fluyen del corazón y de nuestras intenciones buenas mostramos a Dios nuestra fe y nuestra devoción. A través de ellos honramos a Dios con labios y con corazón y estamos cerca de Dios.