Mis hermanos y hermanas,
La carta de San Pedro, hoy, nos llama a una estirpe elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada y un pueblo de la propiedad de Dios. También nos llama piedras vivas que van entrando en la edificación del templo espiritual, que es la Iglesia.
En este tiempo del coronavirus en la pandemia, cuando nuestros edificios que llamamos iglesias se han cerrado y no podemos entrar in ellas, es buen saber que esas piedras, esas maderas y ladrillos no son la iglesia, pero si, nosotros somos la Iglesia de Dios, el templo espiritual. Dios ha formado esta Iglesia, de nosotros, como de piedras vivas.
Sé que muchos hoy quieren asistir a la misa y recibir la Eucaristía y no pueden. Echan de menos su participación en la misa. Pero, todos somos sacerdotes en el sacerdocio real que han recibido en nuestro bautismo. El sacerdocio de los ordenados se basa en el sacerdocio bautismal y fluye de este sacerdocio bautismal. Este sacerdocio no es menor que el sacerdocio ordenado, pero si es el fundamento del de la ordenación.
En este tiempo del virus, nosotros necesitamos celebrar la misa y recibir la eucaristía por nuestra obra en el mundo, en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestras oraciones. La verdadera comunión espiritual fluye de estas cosas, estas obras, estas oraciones, estas conversaciones, esta vida y este sacerdocio diario. El hacer la obra de nuestro bautismo es recibir la comunión espiritual.
En este tiempo de la pandemia, nuestra comunión con Jesús es por la comunión con los demás. Nuestra misa, nuestro sacrificio, nuestra realidad es nuestra comunión con el Señor en todo su cuerpo en esta tierra. Esta comunión es sacramental porque es signo del sacerdocio bautismal que todos nosotros hemos recibido. Algún día otra vez vamos a recibir en la misa la plenitud sacramental de estas comuniones espirituales.
Nuestras acciones nos conducen a la misa y la misa nos conduce al cielo. La misa muy importa, pero ahora, nuestras acciones diarias deben conducir a la misa eventual.
Este tiempo de la pandemia es el tiempo para glorificar a Dios por sus esplendidas obras. Por su gloria, Dios nos ha hecho estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada y pueblo de la propiedad de Dios. Debemos usar nuestro sacerdocio para la gloria de Dios y el bien de todos los demás.