(Por favor lean este pasaje antes)
Mis hermanos y hermanas,
“Por Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.”
Si quisiéramos vencer a un pueblo, necesitaríamos destruir su cultura y su civilización. Lo haríamos destruyendo sus costumbres religiosas debajo el pretexto que sería la adoración de ídolos. La haríamos destruyendo su idioma y volviendo a redactar su historia según los vencedores. Lo haríamos depreciando todos sus queridos recuerdos y costumbres diciendo que son impuros y menos que humanos. Lo haríamos transformándolos en copias de sus vencedores.
Lo es que hicimos con los indígenas de [las] América[s]. Lo es que hicimos con los que secuestramos de África y los usamos como esclavos. Hoy hay unos que quieren hacerlo con los migrantes a los Estados Unidos.
Solo hay uno que venció a otros sin destruyendo el amor propio y su cultura. Ese uno es Cristo que los venció a todos, ustedes y yo, destruyendo nuestra muerte y dándonos la vida divina de Dios.
Cristo conquistó nuestros pecados bendiciéndonos a todos con su propia vida. Cristo nos ha reformado en la misma imagen de Dios que recibimos de Dios en la creación del primer Adán. Cristo nos conquistó, destruyendo lo que no era nuestro, pecados, y restaurando lo que es de nosotros en la creación que Dios hizo.
“Por Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.” La redención de Cristo es el perdón de los pecados; es la restauración de nuestra dignidad propia.
Dios Padre nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo para que fuéramos santos e irreprochables a sus ojos y fuéramos hijos de Dios.
Con Cristo somos nosotros, ustedes y yo, coherederos de la gloria de Dios. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo. Hermanos, hermanas, somos hijos de Dios, yo y ustedes. No fuimos vencidos o destruidos, pero si somos vivos con Cristo para participar con Cristo en la gloria de Dios Padre.