Por favor, lean este pasaje antes de la homilía.
“Mis ovejas escuchan mi voz”, dice el Señor.
Cómo es fácil decir que yo soy uno de las ovejas del Señor porque escucho su voz. ¿Qué podemos decir de quienes han recibido el bautismo y luego parecen haber abandonado la Iglesia? ¿Qué podemos decir de quienes nunca han oído hablar de Cristo?
¿Acaso no hay nada bueno en los hindúes, taoístas, zoroastrianos? ¿Acaso no hay nada bueno en los bautistas o luteranos, los mormones, musulmanes? ¿Tenemos un monopolio sobre todo lo bueno y santo?
¿Cuántos dioses hay? Creemos que hay un solo Dios. Quienes parecen adorar a otros dioses, de alguna manera estar adorando a nuestro Dios. No hay un cielo para los bautizados y un otro para los no bautizados. No hay un cielo para los católicos y otro para los no católicos. Tarde o temprano todos nosotros tenemos que encontrarnos con Dios y su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador.
Podemos acelerar esos días escuchando la voz de Jesús, nuestro pastor. Podemos acelerar ese día cuando damos la bienvenida a los demás que buscan al Señor.
Los deportados a El Salvador tienen la voz de Dios. Los que buscan entrar en los Estados Unidos desde el sur tienen la voz de Dios. Los que viven con miedo de deportación tienen la voz de Dios. Nosotros que estamos aquí y vemos que los demás y nosotros, tenemos la voz de Dios.
Si no escuchamos la voz de Dios, ¿cómo esperamos que los demás escuchen su voz? Así cómo el Padre y Jesús son uno, también todos podemos ser uno entre nosotros y con el Padre y su Hijo.