Lean este pasaje antes de la homilia
Hermanas y Hermanos,
“Los discípulos reconocieron al Señor al partir el pan.” El reconocer al Señor al partir el pan es como los discípulos reconocieron que el Señor había resucitado de entre los muertos.
Podemos decir también que el Señor nos reconoce al partir el pan. Jesús nos reconoce como sus discípulos cuando comparte con nosotros su cena. Reconocemos al Señor y el Señor nos reconoce al partir el pan.
Jesús nos invita para compartir el pan de su cuerpo con nosotros porque él nos reconoce como somos suyos. Jesús nos reconoce y nos invita para que cenemos con él y que también le comamos. El Señor resucitado nos nutre con su cuerpo vivo, y nos da su vida.
Jesús nos manda que le toquemos y que nos convenzamos de que no es fantasma, pero si es el Señor mismo. El signo del recibir la Eucaristía en las manos es el signo mejor del tocar el cuerpo del Señor que ha resucitado que el recibir en la lengua.
Reconocemos al Señor al partir el pan. Cuando recibimos la Eucaristía, debemos ver al Señor en cada uno de los que reciben con nosotros. Cada uno de nosotros es Cristo por nuestro bautismo, y debemos reconocer a Jesús en todos los demás y con todos los demás. La Eucaristía no es de Cristo y solo uno otro, pero si, es de Cristo con todos los demás. El pan de la Eucaristía incluye al Señor resucitado con todas las partes de su cuerpo, las que están en su gloria, las que están en la tierra como nosotros mismos, mis amigos y mis enemigos. Celebramos en la Comunión la plenitud de Jesús, que incluye todos los hombres y que no excluye a nadie.
El misterio de la Eucaristía es el misterio de la resurrección de Jesús. El Señor resucitado nos nutre y nosotros él reconocemos con los demás que compartimos la cena del Señor.