Por favor, lean este pasaje antes.
Me gusta ver a los corredores del cross-country. Sus entusiastas, sus familias, y sus espectadores animan a los corredores. Animan a los líderes por sus victorias y animan también a los últimos por su perseverancia. Nadie menosprecia a los corredores de los otros equipos.
Llegamos a la iglesia para celebrar la misa como vamos a ver una carrera de cross-country. Animamos a los creyentes para que podamos glorificar y agradecer al Padre por su Hijo Jesucristo. Nos necesitamos unos a los otros. Nadie puede celebrar la misa ni agradecer a Dios solo, sin los demás.
Necesitamos a los demás para la misa como el campo travieso necesita los entusiastas. Como los corredores del campo travieso, nosotros, todos juntos con los demás, corremos al Padre. Juntos podemos perseverar hasta la meta de la carrera.
Rodeados estamos por la multitud de los creyentes: nuestros antepasados de los tiempos muy antiguos y de los recientes. Toda la Iglesia, los que están en el cielo y también todos los que están en la tierra nos animan. No estamos solos. Podemos correr juntos y unidos al Padre.
Mira la fe de Jesús. Como hombre, no sabía el futuro. No sabía ciertamente su resurrección antes de su muerte. Llegó a su muerte confiando en las promesas del Padre que el Padre podía salvarle. Por su reverencia al Padre, su Padre lo salvó. La fe de Jesús es el ejemplar de quien nuestra fe debe ser.
La fe es la confianza en Dios, nuestra relación con Dios. Porque Dios es Dios y nosotros somos humanos, Dios nos ha prometido que siempre Dios remanezca con nosotros y nunca nos abandone.Alegremente corremos, como fuertes atletas, la carrera a Dios confiando en la fe que con Dios y los demás corredores podemos llegar a la meta como vencedores.