Por favor, lean este pasaje antes.
Mis hermanas y hermanos
Los judíos llaman una piscina para la purificación de sus impurezas, un miqvé. Hay en Jerusalén un miqvé que se llamaba Siloé. Este miqvé está cerca del túnel que el rey Ezequías había hecho para llevar el agua en la ciudad. Los judíos se lavaban en el miqvé antes de que entraran en el templo. Jesús mandó al ciego al miqvé para que se sanara.
Los ciegos no podrían evitar todos cosas que les hagan tabú porque no podían ver a donde caminaban o tocaban. Esta tabú es para los ciegos permanente por su cequera.
“Jesús hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y mandó al miqvé para lavarse.” Jesús curó los ojos y el tabú del ciego. Por las aguas del miqvé, el ciego fue limpio de su tabú.
“Jesús hizo lodo con la saliva, se lo puso en los ojos al ciego y mandó el miqvé para lavarse.” Jesús curó los ojos y el tabú del ciego. Por las aguas del miqvé, el ciego fue limpio de su tabú.
Este miqvé limpia a los judíos del tabú para los judíos. Nuestra fe también tiene el agua que nos purifica, el agua del bautismo. Jesús dijo que el Espíritu Santo está en nosotros como agua viva que conduce a la vida eterna.
Los, que quieren bautizarse, esperan que el agua del bautismo cure su ceguera y les limpie de sus pecados. Esperan experimentar esta agua en la Vigilia Pascual.
Nosotros, también, que celebramos esta Cuaresma para la renovación del espíritu de nuestro bautismo, podemos oír al Espíritu Santo que nos invita al misterio del miqvé el este evangelio. Jesús ha venido a ese mundo para que ciegos vean y los que ven sepamos que necesitamos ver mejor la luz de Dios.