Mis hermanas y hermanos,
Hay dos Adanes, el primer Adán y el último Adán. El primer tuvo vida y el último da la vida. El primer es de tierra y es terreno. El último viene del cielo y es celestial.
Cuando el primer Adán se dé un banquete, hay mucha comida, pero las cucharas y los tenedores tienen asas las más grandes, más que diez metros de largo y nadie puede nutrirse comiendo y bebiendo en el banquete. Nadie disfruta del banquete.
Cuando el último Adán se dé un banquete, hay mucha comida, con las mismas grandes cucharas y los tenedores tienen asas la más grande, más que diez metros de largo, pero todos alimentan unos a los demás y todos comen y beben en la paz del último Adán. Todos disfrutan del banquete.s
Una vez, visité un pequeño pueblo en México donde las mujeres limpiaban sus ropas a la orilla del rio por la mano. No había electricidad, ni agua corriente. El sacerdote siempre llevaba los accesorios para la misa. Sus coches y cambiones son muy viejos. Esta fue como la vida del primer Adán. La pobreza es muy grande.
En esta vida, en Judea o en México o también en otro lugar pequeño y pobre, viene el último Adán con la misma naturaleza como nosotros, pero sin pecado. En la vida del primer Adán, el último Adán también nació. Era uno de nosotros, pero dio a esta vida la gracia de esperanza. El último Adán cambió los resultados de esta vida. La luz de la vida de toda la gente tiene más poder que millones de la electricidad.
La vida del primer Adán no tiene esperanza, pero es llena de labor, de sudor y de lágrima. La vida del último Adán es fructífera y llena de gozo y sencillez.
Nosotros nacimos en la imagen del primer Adán, pero si nuestra vocación y llamada de Dios es que seamos le imagen del último Adán para los demás. Del mismo modo que fuimos semejantes al Adán terreno, seremos también semejantes al último Adán, el hombre celestial, el Señor Jesucristo.