Mis hermanas hermanos,
La montaña de Dios es grande y muy larga. Hay en esta montaña la ciudad santa de Dios que se llama la nueva Jerusalén. En los días de los apóstoles, cuando no había los aviones, las murallas fueron las primeras defensas de una ciudad en tiempos de guerra. Las murallas de la cuidad de Dios pudieron proteger perfectamente la cuidad. Pero si, ahora hay aviones que pueden lanzar bombas sobre cuidades y las ciudades necesitan fuertes bóvedas sobre toda la ciudad para protegerla. Ahora, Dios también es la protección de su santa ciudad, la Iglesia y ustedes que son su pueblo. Dios puede proteger su ciudad del peligro del mar, de la tierra o del aire.
La santa ciudad fue la más rica de todas las demás ciudades. Su muralla y sus puertas fueron de las piedras preciosas y tan fuertes como diamantes. La ciudad de Dios fue la más fuertes de todas las demás ciudades.
Los cimientos de esta ciudad son los doce apóstoles del Cordero. Entonces los cimientos son los más fuertes porque Cristo estableció su Iglesia sobre la fe de Pedro y sus demás apóstoles.
Hermanas y hermanos, somos ciudadanos de esta nueva Jerusalén. Vivimos en esta fuerte ciudad y la gloria de Dios nos ilumina y el Cordero es nuestra lumbrera. No necesitamos temer lo mal del diablo, ni las tribulaciones de otros, ni nuestros pecados y faltas porque nuestro protector es el Cordero que es también el Hijo de Dios, Cristo, nuestro redentor. Nadie puede vencer a Cristo porque Cristo tiene el poder sobre todas las fuerzas del mundo.