El 25 de febrero 2024 (Marco 9:2-10)

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Por favor, lean este pasaje antes. 

Había la luna llena ayer.  Siempre hay luna nueva cerca del segundo domingo de la Cuaresma.  La luna nueva, que viene, será la luna pascual, la que determina la fecha de la Pascua.  Nuestros sagrados días de la Pascua se determinan por un calendario lunar.

Entramos en el desierto de Cuaresma el domingo pasado.  Los desiertos pueden ser oscuros y aterradores.  Queremos y necesitamos la luz.

Hoy tenemos una visión de nuestro futuro.  La luz de la luna llena de ayer anuncia para nosotros que el fin de la Cuaresma es nuestra participación en la luz eterna de Dios.  Moisés y Elías, los dos campeones de la ley y de los profetas, juntos con Pedro, Juan y Santiago, los tres especiales discípulos de Jesús, encontraron a Jesús, y vieron la gloria de Jesús.  Escucharon también la voz del Padre que llamaba, “este Jesús es mi Hijo muy amado.”

Nosotros, como Jesús, somos hijos muy amados de Dios.  Dios nos ha formado con su mismo ADN por nuestro bautismo y quiere formar a todos los demás hombres en la misma imagen de su Hijo.  Somos reales, somos príncipes, somos hijos de Dios.

En la Biblia, la luna es fiel.  Como la luna, nosotros debemos ser siempre fieles.  La luna es signo de la fidelidad de Dios.  La luna cuaresmal nos insta a permanecer fieles a Dios porque Dios siempre nos ama y siempre perdona nuestros pecados.

De la luz de la sombra de la nube de Dios, la voz del Padre decía, “Jesús es mi Hijo amado, y lo glorificaré por su muerte y resurrección hasta mi trono.”  De la luz de la luna nueva, la voz del Padre anuncia que Dios nos conducirá por la Cuaresma a la luz de la Pascua hasta la gloria de Jesús, nuestro Señor.  La luna nueva que viene es la luna pascual, el triunfo de Cristo sobre la muerte y pecado, y Cristo comparte con nosotros este mismo triunfo.  De una luna llena a la siguiente luna llena, Dios es fiel y comparte con nosotros su misma fidelidad.