Por favor, lean este pasaje antes.
Mis hermanas y hermanos,
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad. Honramos a Dios, como al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo. Celebramos tres personas, tres relaciones que son tan perfectas que se hicieron plenamente y verdaderamente tres personas, aunque el único Dios.
Este es el fin de la homilía. Lo demás es explicación. Miren esta relación: “Tanto Dios amó al mundo, que le entregó a su Hijo único” para salvar al mundo.
Todos tenemos relaciones, entre los padres y sus hijos, entre los esposos, entre los empresarios y sus empleados, entre amigos, entre vecinos, entre profesores y sus estudiantes, y muchas más.
Nuestras relaciones no son perfectas. Muchas veces nuestras relaciones se ponen a prueba, o se destruyen. Aunque tengamos relaciones personales, nuestras relaciones no son personas como las de Dios porque nuestras son imperfectas.
Las relaciones de Dios con Dios son personales perfectos y, entonces, Dios es tres personas en perfecta relación, cómodo, uno con los otros, como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El Padre envió a su Hijo. A la misma vez el Hijo se ofrece y el Espíritu Santo se derrama sobre el mundo. La relación es tan perfecta que, de toda la eternidad, antes de alguna creación, antes de algún pecado, las relaciones entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo todavía pusieron a llegar a nuestro mundo para demostrar cómo debiéramos vivir en nuestras relaciones como el único Dios siempre está viviendo en las relaciones del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Dios no llegó en el mundo para condenar al mundo pero que el mundo se salvara por él. Siempre Dios está viniendo para sanar nuestras relaciones para que compartir la vida y las relaciones que gustan a Dios en las relaciones del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.