Homilia para el 28 de junio: Romanos 6,3-4.8-11

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Mis hermanos y hermanas,

¡Qué miedo da la recepción de bautismo!  En el bautismo morimos; en el bautismo, entramos a la muerte; en el bautismo, damos fin de nuestra vieja vida.  En el bautismo entramos en la nada, en la total oscuridad con la promesa de una nueva vida.  El recibir bautismo es una aventura.

Piense en un chico que tiene un juguete en la mano.  Necesita dejar caer el juguete para recibir una golosina.  Hay un momento cuando el chico no tiene ni el juguete ni la golosina, un momento de nada.  Es aventura estirar la mano para agarrar algo.

Asimismo en el bautismo.  Necesitamos dejar caer nuestra vieja vida para recibir la nueva vida.  Sabemos y conocemos nuestra vieja vida, pero no conocemos esta nueva vida.  Dejamos la vieja vida porque confiamos en la promesa y el poder de Dios que recibiremos con Cristo su muerte y también por su resurrección.

Creemos que “si hemos muerto con Cristo, estamos seguros que también viviremos con él.”  Si morimos, vivimos; sino morimos, no viviremos.

Necesitamos ser como el pan eucarístico.  Si permanece siendo trigo y no quiere alguno más no se cambiará en el cuerpo de Cristo.  Pero si deja de ser trigo, puede convertirse el cuerpo de Cristo.  Necesita el trigo entrar en la nada para resurgir en la nueva vida del cuerpo de Cristo.  El trigo necesita morir para resurgir y ser el cuerpo de Cristo.  Es lo mismo para el vino.  También es lo mismo para nosotros.  Necesitamos morir para vivir con Cristo y ser ciertamente el Cristo mismo.

Todos nosotros hemos recibido el bautismo y hemos iniciado esta aventura.  No podemos anular nuestro bautismo porque Dios nos ha hecho realmente y sacramentalmente su Hijo, Jesucristo.  No podemos anular esto.  Somos hijos de Dios para siempre.  Debemos vivir como hijos y hacernos semejantes a Dios.  Esta es una aventura, que nosotros, los seres humanos, podemos ser Dios y vivir como Dios.

Si el pan se hace el cuerpo y si el vino se hace la sangre de Cristo, igualmente podemos hacernos el cuerpo de Cristo por nuestro bautismo en su muerte y su resurrección.

¡Que vivamos esta aventura de la nueva vida del bautismo, también sin miedo!